miércoles, 11 de enero de 2012

Un tropezón es caída (Nota publicada hace más de 2 años en Facebook)

Soy bastante torpe. Lo soy. Defecto o virtud, no lo sé. Un hecho, seguro. 

No es la primera vez que me pasa con mi jean ancho y las botas marrones. Una vez en mi trabajo anterior me pasó exactamente lo mismo: punta de bota + botamangas= caída. Desaparecí en un pasillo. Se rieron tanto que hasta se pensó en pedirle el video de la cámara del entrepiso a los de seguridad.

Hoy, en las callecitas de Barracas que tienen ese “sí se qué” (baldosas rotas, desperdicios varios, arena y chochumas de la construcción), una vez más la combinación punta de bota + botamangas se hizo presente pero esta vez no fue caída.

Teniendo profundamente arraigado el concepto de “un tropezón no es caída”, me puse a pensar cuándo sí tropezar es caerse.

Recordé en junio de 2003 mi tropezón del Pollo a la Portuguesa. Único plato en el que fallé en el Instituto (final de Cocina I compartido con una compañera). Recuperatorio y el grito de “Alvarez, plato: pollo a la portuguesa”. Fue levantarme y listo el pollo. Fue una portuguesa rica en cuerpo y actitud. Salí por Santa Fé con la frente en alto con cara de “sí, sé hacer un pollo a la portuguesa”. Los de la Bond Street me miraban con cara de “¿qué le pasa a la pelotuda esta, que va tan feliz con la injusticia que hay en el mundo?”. Fallar en un examen es, claramente, un tropezón menor. Pero hay otros que llevan indefectiblemente a ir de bruces al suelo .

Fallarle a alguien, es para mí una caída. Es una caída de las que duelen hasta al que no se cayó. El tropezón ya es importante porque muchas veces veías la piedra adelante y fuiste raudamente a su encuentro. Si se tropieza dos veces con la misma piedra (que suele pasar) pero de forma premeditada: es una caída triste, es una caída cobarde, es realmente una caída. Pedir perdón es una de las formas de levantarse, pero no de remediar tu moretón y, a veces, mucho menos el que le dejaste al otro. La frutilla en la rodilla arde hasta que se convierte en cascarita.

Hay tropezones que pasan. Suceden, te vienen. Venís esquivando la baldosa floja, saltando el charquito, te arremangaste los lompas pero te caés. Y no creo que te empujen, vos caés. Creo que la estabilidad depende de uno. Si estás bien parado, con equilibrio perfecto por más que te muevan el piso, vas a seguir erguido.

Hay tropezones que te ponen en jaque. Potenciales caídas que son sólo pruebas a tu habilidad de esquive. Mi enfermedad es una gran piedra ya hace muchos años. Tropiezo cuando duele fuerte, agudo, impreciso y localizado a la vez. Tropiezo cuando me cuesta aceptar que voy a tener este bache en la vereda para toda la vida. Tropiezo cuando pienso en los 13 años que pasé como paciente sin respuestas y todo empeoró. Me hace putear, putearme, culpar y culparme. Me lastima, da impotencia porque doblega al antojo de un dolor en mi cuerpo y espíritu. Tropiezo pero no me caigo. No me caigo porque la enfrento, porque pido ayuda, porque me apoyan y porque sé adonde quiero ir. No me caigo porque todo ese camino que quiero definitivamente andar, por más baches y cantos rodados que pongan, es un camino que elijo.

El amor es un gran causante de tropezones y caídas. A veces vienen veredas perfectas y a veces caminos difíciles y complicados. Lo díficil es saber que lo que "es complicado" para unos, es tan simple para otros y viceversa. Es decir, entender que los caminos son sinuosos o rectos según quien lo transite. Creo, además, que los platos rotos que algunos pagan vienen por caídas previas, de caídas de otros que provocaron las tuyas. Repito, no te empujaron, caíste. Creo que hay que despejar el paso. Barrer los platos rotos y, una vez más, saber exactamente qué camino se quiere elegir. Yo voy por la vereda del sol y creo que a punto de tomarme el Mitre.

¿Cuántas veces pensaste en que te ibas a caer y te sorprendiste de vos mismo al levantarte? ¿Cuántas piedras vienen una y otra, y otra vez y seguís yendo a su encuentro? ¿Cuántos baches te ponen a prueba y cuando vas a meter tibia y peroné te das cuenta que es más fácil bordearlos? ¿Cuántas veces bordearlos es justamente lo más difícil?

Y tropezá, tropezá, tropezá. Se trata de eso. No de andar entre algodones. No sirve andar en All Stars por vereda recién hecha si eso te mantiene seguro pero infeliz. ¡Calzate el taco aguja y andá por el empedrado! Y si tropezás, ¿qué? Tratá de no caerte. Tropecé intentando el Axel pero no caí, no porque no llegué al suelo sino porque me levanté de él. ¡Llegó mi codo, mi mano, mi cadera y toda yo al frío piso! No caí porque lo seguí intentado y cuando lo corté fue hermoso.

Sí caí conformándome, caí callándome, caí dándome por vencida. Caí no amando, caí no abriéndome, caí mintiéndome y justificándome. Caí no siendo. No siendo yo. Lo difícil es tropezar y aún en el piso seguir. Caer siempre es sencillo.

Tropecé muchas veces. Caí, otras tantas. Creo estar parcialmente de acuerdo con el conocido refrán. Un tropezón no es caída no por no completar el hecho de darse contra el piso. Un tropezón no es caída sólo cuando uno está dispuesto a levantarse.