domingo, 5 de julio de 2015

De la modificación en el uso del lenguaje, el embarazo y otras cuestiones

Será por la edad, por la coincidencia o porque el invierno las pone cachondas pero alrededor mío muchas mujeres se embarazan. Amigas, compañeras de trabajo, familiares, conocidas, familiares de amigas, familiares de compañeras de trabajo, familiares de familiares, familiares de conocidas. Todas preñadas.

Y automáticamente cuando están en esta condición te empiezan a hablar en "semanas". Es como si las instrucciones del Evatest dijeran: "Dejá el dispositivo en esa posición durante 3 minutos y luego leé el resultado. Si es positivo, empezá a hablar en semanas".

- "¿De cuánto estás, Estelita?"
- "De 12 semanas".

¡Decime de 3 meses! ¿Por qué me hacés hacer la cuenta a mí? ¡Si siempre hablaste en meses! ¿Qué te pasó ahora? Antes ibas X meses con tu novio, X meses de mudada. ¡Andrés viene una vez por mes y siempre vino así! "Andrés: el que viene cada cuatro semanas y dos días" ¡Naaaa! ¿Tu obstetra te dice lo que engordaste en Libras? ¿El bebé mide en Pulgadas?

Más allá de eso, cambian todas sus conversaciones. Y es lógico. Y está bien que así sea porque lo que le está pasando ocupa el centro de su mundo. Que el nombre, que la ropa, que el lugar en el cuarto, que el jardín. Y es claro. A esa mujer le está pasando probablemente lo más importante en su vida hasta ahora. O lo menos deseado, o lo más traumático, o lo más esperado. Es tan raro y tan distinto lo que le puede pasarle a una mujer embarazada de acuerdo a su contexto. Pero entonces, ¡quédense hablando en meses, háganla simple!

Hay palabras, además, que nunca usaron y que empiezan a salir de su boca: Crema de bismuto. Decime cuántas veces antes de ser madre (o de tener una amiga que lo es) dijiste "Crema de bismuto" - sin estar borracha, aclaración dirigida a alguien en especial. ¡Es que no la podés meter en ningún lado! Imaginate una conversación, sin un bebé mediante, que incluya: creama de bismuto, mordillo, sacaleche, praticuna y pezonera...¡un quilombo!

Es que en realidad, en cualquier momento en que algo importante de tu vida ocurre comienza a modificarse tu lenguaje. Los códigos que utilizaste en el secundario son definitivamente distintos a los de la facultad o a los de la empresa que entraste después. O al de la otra empresa que entraste después. "Mapeo" y "Trackear" son de las que más digo ahora y que antes no significaban nada.

Estoy en ese momento impensado en que son más mis amigas que están hablando en semanas. Quedamos un par que nos miramos cómplices y pensamos "están hechas unas pelotudas". Muy loco porque las vi hablando de tarjeteros, de carpetas de dibujo y de boletines. De previas, de quién se tranzó a quién (nótese que yo decía tranzó y no chapó lo que nos lleva a los 90), de los parciales, de la búsqueda de trabajo, de los novios, de los no-novios. Y ahora de lo que sale la guardería. Lo que nunca me dí cuenta es cuándo fue que pasó. Tampoco me había dado cuenta hace cuanto que las quiero tanto.

Seguramente, en cuanto a alguna del resto entremos en la "dulce espera", nos volveremos tan semanales como ellas. Espero, si alguna vez soy madre, recordar mis palabras y no claudicar diciendo "estoy entrando a la semana 24". O quizás, también me deje llevar por las semanas y con una sonrisa cómplice mire a las otras. No lo sé. Respiro hondo y pienso que me gustaría, un poco, que haya un código que puedan usar aquellas que, como yo, no tenemos idea de lo que va a pasar.

miércoles, 4 de marzo de 2015

No te cobraron el gol

Están los jugadores estrella y también lo no reconocidos, los inmerecidamente olvidados, los “dedo chiquito del pie de la vida”. Esas personas que no es que no hacen goles, sino que los hacen pero no se los cobran. ¿Qué es mejor? ¿No hacerlos o que no te los cobren? ¿Hace ruido el árbol que cae cuando no hay nadie para escucharlo?

Hasta el espíritu más altruista necesita un reconocimiento del  otro: un guiño, una caricia, una palmada en la espalda, un bomboncito Cabsha de vez en cuando. No digo que hay quienes hagan las cosas desinteresadamente sin esperar una recompensa a cambio (siempre una recompensa es a cambio de algo, Laurita) pero, ya lo discutieron filósofos de la talla de Phoebe y Chandler de Friends: hasta la acción más desinteresada tiene una recompensa. Sentirse bien por la tarea hecha es una recompensa, ¡vamos!

Entonces, ¿no es terrible cuando encima sí hacés algo para que te lo reconozcan y nadie lo hace? ¿Cuándo es que no te cobran el gol? ¿Cómo pasa sólo que ven cuando marrás el penal?

Vamos a ejemplos empíricos que demuestren mi hipótesis:
-          Te maquillaste como una puerta y te pusiste ESE jean elastizado. Hace ya varios meses que no te ves tan potra. Esta noche es tu noche. Es un partido ganado. Te encontrás con tu amiga y en el taxi te dice: “che, estás re demacrada”. No cruzó la línea de gol, señorita.
-          Te mataste a dieta un mes y bajaste 2 kilos. Y uno/a te dice “¿posta? Yo te veo igual”. Siga, siga. Saque de arco.
-          Hace 2 semanas que estás haciendo la presentación más importante de tu carrera. Es el trabajo más claro y coherente que armaste. Es un gol olímpico. Tu jefe/a te dice: “Sí, está bien. Yo cambiaría esto, esto y esto. Y de la slide 24 a la 60 porque ahora el foco es otro”. La mitad de la pelota quedó afuera, querida.
-          En un esfuerzo (¿?) de creatividad llegaste a 300 seguidores en Twitter. Tu chispa es explosiva. Tu vecino, que es medio opa, te dice en el ascensor que tiene 1348 porque postea los horarios del Roca. Orsai, no vale.
-          Te mandaste una lasagna a la bolognesa que se come sola de lo buena que está. Llega tu invitada y te dice “me hice vegana, gordita”. No lo cantés.

Y así la lista sigue. Hay varios goles que no te cobran. Que vos sabés que fueron, que no hay chances de que no hayan sido. A veces, los demás no te los cobran por envidia, por vagancia, por poco observadores, por colgados. El reconocimiento de ese otro que no llega es mucho más que un gol no cobrado, a veces, es un gol en contra.

Por eso, lo importante es que cuando vos estés contenta con un logro (cualquiera que este sea, que te quedó bien el café con leche, no sé), te agarres fuerte la camiseta con la derecha – o con la zurda – y que con un movimiento ascendente hacia tu boca, la beses fuerte y luego grites con toda la energía que te sobró: “GOOOOOOOOOOL, NENAAAAA, GOOOOL

miércoles, 4 de febrero de 2015

A pasitos de la estación

Hace unos años que estoy lista para mudarme. Queriendo que esto pase. Por múltiples razones: por amor, por proyecto, por querer crecer. Y el momento llegó, está acá, "a pasitos de la estación". La que no va a estar a pasitos de la estación soy yo.

Muchas (y distintas personas) me han dicho que me cuesta soltar. Y puede ser.Y es, de hecho. De todas formas, "soltar" es algo que hoy está de moda. Antes, cuando yo era chica, no se "soltaba". O quizás, y sencillamente, yo no tenía tantas mochilas encima como para tener que "soltar" algo. Iba más liviana. Las cosas se acumulan cuando vivís más años.

Y puede ser, entonces, que me cueste dejar ir las cosas. Por ansiosa que soy, la nostalgia me agarra antes de que las cosas siquiera sucedan. Hoy, sin ir más lejos, le dije a mi mamá por teléfono "no voy a ver las hojas de los tilos caerse en otoño". Literal y así de cursi como suena. Mi mamá, con esas frases bien de una madre, me dijo "vas a ver a los Patricios en invierno, no jodas".

Y no es que lo que viene no sea mejor o que no lo añoro hace mucho tiempo: simplemente, lo que tengo ya es bueno (y qué bueno que así sea), y es por eso que también me va a costar dejarlo ir. ¿Estoy contenta de mudarme? Muy mucho.

Y es entonces que, voy a tener que soltar "la estación". Literal estación. Quien alguna vez vino a mi casa, la sintió temblar con el paso de el tren. Dejar ir la plaza. Hacer volara  la llamada mensual al 911 por los chochumas de esta misma plaza. Soltar a los que viven abajo del puente y sacan agua en la puerta.

Como dije, dejar ir los tilos. En primavera juego a ver salir los primeros brotecitos de las hojas. Y siempre me "ganan" porque ese día en que no les presto atención, florecen y me lo pierdo.

Dejar ir llamar a mis amigos que viven cerca y decirles "¿qué hacés hoy?". Despojarme de visitas inesperadas, de llenar la casa de gente que quizás no conozco, de zapadas raras. Eso de salir al supermercado y cruzarme con 7 conocidos y saludarlos a todos. Eso que tiene el barrio, lo voy a soltar.

Desacoplar el comer a cualquier hora, limpiar si quiero, no hacer la cama. Soltar una casa que me recibió a los 5 año y después a los 25, a mí y a una gata, y que me costó sentirla propia al principio.

¿A mí sola me cuesta soltar el barrio? ¿Soy la única que repara en "las últimas veces que..."? Una vez, en otra ocasión, comenté que "la primera vez está sobre valuada" y que muchas veces no reparamos en la última. Esta es mi última semana en una casa. Sí, sí, en cuatro paredes en las que fui muy feliz. ¿Por qué dejarlas ir sin más?

Los que lean esta nota y recuerden mi departamento, por favor, piensen si no tuvieron un momento feliz en él. Lo sé, es lo más.

Como dije más arriba: lo que viene será mejor aún y esperado con mucho amor. Mucho amor. Y haré de otras cuatros paredes mi casa. Hoy sin embargo, a vos, 2° A, te digo: Gracias.