lunes, 24 de febrero de 2014

Marcá tus 6 diferencias (o una noche en Rosario City) (jul 2010)

De repente ahí estoy yo. En una gran masa amorfa. Balanceándome de un lado a otro. Luces, formas, sonidos. Me llevan, me arrastran. Me dejo llevar, me aprietan. “¿Quéeee?” “No, no te escucho”. Todo es lo mismo pero vos sos uno solo. En esa masa que viene, va, levanta los brazos, “revolea, revolea, pa derecha, pa’la izquierda”, estás vos…¡VIVO! Un sábado a la noche, en Rosario, con mis amigas de alma…en un boliche de moda.

Ya el hecho que haya dudado de escribir “boliche” o “disco” denota que estoy bastante fuera de pistas. Más allá de eso me sentí fuera de mí, estando dentro. El control de mi cuerpo lo tenían las personas que me rodeaban y el DJ. Vos querés pisar en un hueco y está ocupado con otro pie, balde, vaso tirado de plástico, agua derramada. Sos Travolta y querés demostrarlo: No, nene, no. En este momento sos un muñeco involcable, de esos inflables con la base pesada. Y pivoteás, y pivoteás. ¿Vos estás loco? ¿Cómo vas a querer bailar distinto el pasito de “Provócame”? Si lo hacés, es bajo tu entera responsabilidad. 

Quizás los varones no lo sepan con detalle (pero es claro que lo notan y es evidente que lo hacemos) pero las mujeres nos arreglamos para ir a bailar. Lo hacemos. Querés sentirte distinta, única. Hasta la que ustedes miran de costado con cara de no- a-vos-no-te-estoy-mirando-es-a-la-mina-de-allá, esa también se puso linda para ir. No porque estés de levante, quizás sólo por el hecho de ir a pasarla bien con sus amigas pero todas nos miramos más de una vez al espejo antes de subir al taxi.

Y vas…Sos una diosa. Tu pelo planchado, maquillada con precisión milimétrica, los zapatos lustrados (que incluso antes te percatás en chequear con tus amigas: “¿che, estos zapatos no están medio sucios?”). Los aros nuevos, esos por los que recibiste el elogio de “vos te diferenciás por esos aros”, y que combinan con los colores que elegiste para la noche, con el saco más nuevo que tenés. Naaah, diosa, diosa.

LLegás y estás bien, mirás alrededor, la música recién comienza, hay expectativa de la noche, de los mejores temas, vas a la barra, al toque volvés. ¿Y qué pasa? Ni más ni menos que “va cayendo gente al baile”. 30 minutos después tu cara empieza a desfigurarse. Cae una amiga de una amiga que…!tiene los mismos aros que vos! ¿¡Posta!? ¿Hasta Rosario me tengo que venir para que MIS aros diferenciadores encuentren unos COMPLETAMENTE iguales? No, en serio te lo pregunto. A partir de ahí: los zapatos que lustraste, agradecé si son de cuero negro, sino…¡olvidate! Agujero de pucho en el saquito nuevo, el maquillaje corrido, la humedad te infla el pelo y salís del boliche como acabando de jugar un partidito contra las Pumas.

En estos días (días en los que estoy más mensualmente femenina que otros – ask my boyfriend if not - muá), me puse a pensar en “vos te diferenciás por esos aros”. NO. Me niego a diferenciarme por algo que se compra en la peatonal de Lomas. En esa masa amorfa y unísona, se diferencia mi amiga que odia con profundidad extrema a la gelatina, o aquella que se come un salamín por día, o la que seca el piso del baño del boliche, o la que ceba mate a dos manos en una plaza, o la que habla por celular todo Bs.As.-Rosario, o la que nunca conoció un albergue transitorio.

Si me diferencio me diferencio bien. Me diferencio por mi humor cambiante, por mis impulsos incontrolables, por ser lo irracional que soy, por amar desmedidamente, por no tener miedo al ridículo, por ponerme agresiva cuando me apasiona algo. Por hablar con todos de todo, por sonreírle a cualquiera y llorar porque pasa una mosca. Por abrirme, y preguntar, y opinar. Por ser una drama queen si se me parte una uña, si me quedo en un embotellamiento o si no lo veo por tres días. Por ponerme nerviosa si una comidita no sale como quería, por ponerle amor mientras la hago, por preocuparme por si quienes quiero están bien. Por tenerle miedo a los pitufos, y porque “que difícil se me hace, mantenerme en este viaje”. Soy así de distinta, en una masa homogénea.

Cuán atrás quedaron los días en que creía que en el Solcito o en Majo iba a conocer al amor de mi vida. Y no lo digo con nostalgia, lo digo con alegría. Voy a seguir maquillándome, y peinándome, y viéndome linda frente a un espejo. Y voy a ir a un boliche a que me arrastren, me pisen y note que estamos todas vestidas iguales. Lo voy a hacer, sonriendo, y siendo tan distinta como nadie. Tan distinta como todos. 

Pedí tres deseos. Ahora. (jun 2010)

Cuidado con lo que deseás.

Me falta, por suerte, poco para un nuevo cumpleaños y un nuevo año. Con sabor a nuevo, con gustito a novedad. Con sensación de amanecer que quiero imprimirle, que voy a imprimirle a cuatro colores.

Me queda, por suerte, poco para el momento de los deseos. “Pará, pará, pedí tres deseos”, te dice siempre alguien cuando vos ya tomaste aire para soplar tu, cada vez más llena de velas, torta. 

En ese momento te pasan muchas imágenes pero son sólo tres deseos. Te hacés la profunda y pedís la paz mundial, la vacuna contra el HIV y que el hambre termine. Pero de repente te das cuenta que estás sola en tu pensamiento, que no te van a dar el Nobel de la Paz y, aunque quizás mantengas alguno de ellos, acercás los deseos un poco más a tu vida. Reducís su alcance a vos. A vos, las ganas que tenés de hacer algunas cosas, a tu familia, a su salud, a tus fantasías, a tus viajes proyectados, a tu profesión, a tus amigos, al amor, a que las botas que querés comprarte entren en liquidación. Pero sólo tenés tres deseos.

Cuidado con lo que deseás.

Sólo hay tres deseos. Inmediatamente descartás lo de las botas. No vas a gastar un deseo en un par de botas. La primavera llega siempre, indefectiblemente, y con ella la liquidación. Deseo cumplido.

Cuidado con lo que deseás.

Sólo se pueden pedir tres deseos. ¿Por qué tres? Seguro que en el Código Da Vinci lo explican (la Santísima Trinidad, y zaraza, zaraza ah la la loun). Pero, entre nosotros, ¿por qué tres? Bueno, supongamos que por esas cosas inexplicables de la vida (como Lost) son sólo tres.

Cuidado con lo que deseás.

“Deseo que mi vida cambie”, no. Cuidado con lo que deseás. Deseo que mi vida sea. Es hermosa. Con todo lo que tiene, con las bajas y las altas. Es vida. Es eso. Estuve tan preocupada estos días porque cumplo años, ¿y?. ¡Los cumplo! Cumplir es efectuar. Es completar. Los lleno entonces. Voy a llenar 29 años.

Deseo mucha salud.

Deseo que un chaparrón me moje toda. Deseo conocer todo el mundo (¡o tantos lugares que me parezca el mundo entero!). Deseo que Ofelia deje de romperme el somier con las uñas, deseo que un viento me lleve a pasear. Deseo pescar en un lago cristalino y devolver los peces después. Deseo sentarme en una montaña rusa y que me den una vuelta extra. Deseo sentir las mariposas en la panza como cuando te dan el primer beso. Deseo reírme como mínimo 20 veces por día. Deseo ser tan yo. Me deseo. ¿Me pasé de tres deseos? No. Este era uno: Deseo ser y hacer feliz.

No hay que cuidarse de lo que deseás. Hay que cuidarse de no desear nada. Pedí tres deseos. Ahora.

Problemas tenemos todos (may 2010)

Una amiga comentó uno de los últimos problemas de su padre: habiendo comprado un LCD, no contaba con cable HD. “Un gran problema” pensaríamos muchos, incapaces de que las comillas representaran de gran forma la ironía que queremos mostrar. Obviamente, el paso que siguió fue que mi amiga y su hermano le dijeron a su padre “Papá, vos sí que tenés un problema” (ironía x 2.000) y el padre contestó: “por suerte, hoy tengo este problema. Ya tuve otros más grandes. Hoy por suerte, mi problema es este”. Jaque mate. Game over. Fatality. ¿Qué contestás a eso?

Como es obvio, automáticamente me puse a pensar cuáles son mis problemas actuales, qué problemas tuve que pasar para llegar a donde estoy y qué es realmente un problema.
Al planteamiento de “¿Qué es realmente un problema?”, la RAE da frialmente su parecer: cuestión que se trata de aclarar; conjunto de hechos o circunstancias que dificultan la consecución de algún fin; disgusto, preocupación. ¡RAE! ¡No entendés nada! Qué es realmente un problema y qué no, es lo que te pregunté, flaco.

El “episodio Carrefour” constituyó para mí un grave problema. Un débito hecho dos veces me desbarató mis finanzas del mes. La bolsa caía, la gente perdí a su empleo, suicidios en masa. Bueno, todo eso no pasó. En parte porque a pesar de que me traía inconvenientes, tuvo una rápida solución. Y en parte porque me pasó a mí solita. De todas formas, para mí fue un desbarajuste importante. Los “todo me pasa a mí”, “por qué tengo tanta mala suerte” o “era lo único que faltaba” no tardaron en venir. Luego, en un “Laurita te pido que reacciones” me di cuenta al ver a alguien que está valientemente peleando por su vida, qué Carrefour no era un problema.

No voy a caer en el facilismo de creer que porque alguien tiene problemas mayores, voy a minimizar los míos. No. Problemas tenemos todos. Y para cada uno, un hecho distinto constituye un problema o no. Recuerdo a Dolina cuando decía, lo que creo alguna vez más he citado, que aquel que diga que tuvo una infancia feliz es porque no recuerda los problemas de su infancia. Cuando mi mamá me venía a buscar a la casa de mi vecina y Barbie todavía no había resuelto su relación con Ken, tenía un problema enorme. “Pero mamá, ¡no sé que va a pasar con ellos!”, decía mientras mi vieja me subía por la escalera porque la cena estaba lista.

¡Oh, Laura, has descubierto la pólvora al decir el cliché “es un problema porque es mío”! Sólo hice eco de esta “genialidad conocida” para crear las bases, el marco regulatorio, de lo que un problema es para así encarar mi otro planteo: qué problemas pasé y qué problemas tengo.

Marco regulatorio para la consideración de problemas
Valor: Contestar la pregunta: ¿Vale la pena hacerse problema y angustiarse por… (insertar aquí situación considerada problemática)?
• Solución presente: Si la situación problemática tiene una solución a la vista, no deberá considerarse problema. Como me dicen seguido cuando por ejemplo me enojo por algo sin sentido (muy ocasionalmente, porque la verdad es que soy muy centrada y yo no soy de inflamar los testículos por nimiedades. Ironía x 4.000): Tenés dos problemas: el que crees que es el problema por el que estás enojada y desenojarte.
• Radio/Alcance: Por más que el radio de acción de una persona sea muy acotado, es decir que la vida gire en torno su casa y trabajo y nada más, los problemas serán directamente proporcionales a su estilo de vida pero serán problemas al fin. Si te gusta tu primo y no te da bola o te gusta el profesor de macramé y no te da bola, el problema está igual. El radio se descartará entonces. Problemas tenemos todos.
• Tiempo: Quizás el problema sí tiene una solución presente pero si la solución no llega en el período en que es útil, tenemos un problema (o no tenemos solución por lo que tenemos un problema – ver punto de “Solución presente”).

Hecha este pequeño listado de “características” de un problema veamos si los que tengo son problemas.
• Se me inundó el auto: Tiene solución a tiempo. No es un problema.
• Me ponen “Señora” en las facturas de servicios e impuestos: Probablemente porque en las bases de datos aparezco de la siguiente manera “Laura Micaela Alvarez. Edad: Casi 29, ya debe tener hasta mellizos y pastor alemán”, Cablevisión, Edesur y un par más creen que soy señora. Si bien en mi subjetividad (y dada la cercanía de mi cumpleaños) cumple con el requisito de “validez”, tiene una solución presente: Me doy de baja del cable o me proponen casamiento.
• No sé qué quiero hacer de mi vida y qué será de ella: Problemón. Es más que valido, la solución no la veo, el radio me da y no sé cuando sí voy a saber lo que quiero. 

Este es mi gran problema del presente. No sé como quiero seguir. Quizás no hay que seguir, y hay que quedarse un ratito en este presente. Quizás me gusta lo que vivo hoy y no puedo verlo, y entonces tengo un problema que no es problema. 

Y este es mi problema porque pasé otros: porque alguna vez me dio vergüenza actuar en un acto escolar, porque me caí andando en bicicleta, porque Barbie y Ken no resolvían lo suyo, porque no podía ir de viaje de egresados con los chicos de Montevideo, porque los médicos no sabían lo que tenía, porque tenía 2 materias de la facultad el mismo día a la misma hora, porque mi abuelo estaba en una cama y no llegaba desde Capital, porque mi trabajo ya no me gustaba, etc. etc.

Todos estos problemas y más hicieron que hoy tenga este problema. Estoy confiada en que en un tiempo, la televisión HD será mi gran problema. 

A decir verdad, la existencia de problemas nos lleva a la búsqueda de soluciones. Y las soluciones son gratificantes. Como dijimos, el verdadero problema es no encontrarlas. ¿Los problemas nos hacer avanzar? 

Hay constantes que giran en torno a lo que cada uno considera un problema: la salud, el amor, la felicidad. Todos los problemas se resumen en estos problemas. ¿Por qué? Problemas tenemos todos pero probablemente tengamos menos de los que creemos.

Bájenme del ludo matic (abr 2010)

Alguien muy importante para mí, me dijo hoy a la tarde, “Pensá bien de todo lo que hacés, qué es lo que realmente tenés ganas de hacer”. Mi respuesta, entre otras cosas, fue “querría estar en una isla vendiendo pulseritas”. A lo que me increpó diciendo “¿y por qué no te vas? Engripada, en la cama, con una Carilina en la mano me puse a pensar qué hago, qué no hago y que no tengo ganas. Cuando pienso se pudre el rancho (me imagino la cara de mi amiga Sabrina en este momento).

Últimamente a todo el mundo le digo que tengo ganas de escribir. Y entonces, engripada y con Carilina me pongo hacerlo. ¿Sobre qué? Sobre mis ganas vs. lo que hago. 

“Si realmente pudiera, me iría de viaje un año”. ¿Andate, quién lo impide? ¿Qué es lo nos frena de hacer lo que tenemos realmente ganas? ¿Es eso que pensamos que queremos lo que realmente queremos? 

Hace poco otra persona me dijo que estoy en la “crisis de los 30”. Como siempre ansiosa adelantada porque tengo sólo la suma de 28 primaveras. Quizás sea cierto, quizás no pero últimamente estoy en crisis.

Yo no sé si les está pasando a todos pero me siento de repente en un gran Ludo (anche Ludo Matic). ¿Recuerdan el Ludo? Es un juego de carreras con dados. Se juega con cuatro fichas. El objetivo es sacar las fichas de uno de la base cuando el dado muestra una “Coronita” e ingresarlas en “la meta”, siguiendo un casillero, lo más rápidamente posible antes que tu competidor. También se puede “capturar” las fichas de tu contrincante “cayendo en la posición en la que su ficha se encuentra”. 

De nuevo, y pueden decirme con sinceridad un “Laura, te patina el marote” pero últimamente me siento en un Ludo. Como no disfrutando el camino que voy recorriendo sino queriendo llegar a la meta. El tema es contra quien compito, por qué tengo que avanzar y qué hay cuando llegue ahí. ¿A quién hay que “caerle encima”? ¿Quién dice que hay que avanzar todo el tiempo? Es presión por desarrollar la carrera, ansiedad por tener cierta comodidad, deber de ser alguien. Auto-presión, auto-ansiedad, auto-deber. ¿Auto-presión, auto-ansiedad, auto-deber? ¿A dónde? En serio, ¿a qué meta? ¿No les pasa? Quizás “soy sola” en esto de la auto- exigencia y entonces deba tirarme un rato a hacer la plancha. ¿Puedo hacerla? ¿Sirvo para eso?

Eso de que no hay que frenar: terminar el secundario, estudiar a algo o trabajar, crecer en lo profesional, crear una familia. Crecer, crear, crecer, crear. “¡Quiero vivir, Marge, déjame vivir!” (Homero Simpson dixit). 

¿Qué quiero hacer de lo que estoy haciendo ahora? Esto. Escribir. Ojalá que pudiera estar sentada con un lápiz en la mano o un teclado en frente muchas horas por día. Despertarme a la mañana, sonreírle a quien amo, sentarme y escribir. Sentarme y leer. Tomar un jugo de naranja y escribir. Agarrar la guitarra y cantar, y luego escribir de nuevo. Que llegue la noche, y sonreírle a quien amo (y algo más). Y que me paguen por hacerlo. ¿Quién no quisiera todo esto, verdad? Y escribirrrrr: En Para Ti, sobre Política, sobre amor, sobre sexo, sobre cocina, sobre países lejanos, sobre haditas, sobre Ludos Matics.

No sé contra quien estoy jugando al Ludo más que contra mí misma. Nadie me apura pero yo lo hago. Tengo que aprender que no siempre da 6 el dado.

P.D.: Sigo pensando en qué de todo lo que hago qué es lo que además realmente tengo ganas de hacer. Pero bueno, por ahora, escribo.

P.D.2: Si alguien conoce a alguien que conoce a alguien que trabaja en Para Ti, me avisa ¿eh?

Breve pensamiento hormonal (y un tanto cursi) sobre las diferencias (mar 2010)

Ves un pantalón hermoso en la vidriera. Te lo imaginás con esa camisa blanca que tenés. Casi te ves parada y con los dedos de las manos estirados y el cuello en alto como el maniquí. Entrás.

- “¿Te puedo ayudar en algo?”
- “Sí, quisiera probarme el pantalón verde de la vidriera”
- “Ay, ¿viste? Es divino. ¿Qué talle usás?

Cinco minutos más tarde estás frente al espejo: un espejo de probador. Son una plaga. Ellos y sus luces perpendicularmente perpendiculares. El pantalón, que ya pensabas llevar a la salida que tenías mañana te queda como una patada en el hígado con botines de pasto alto. Es tiro alto de los altos incómodos, marca ciertas partes que mejor dejar ocultas y hasta ves que el verde está medio desteñido de un lado. Tu “ir” es una cosa cuadrada y chata. Feo pero feo feo.

Te abren la cortina y una cara sonriente te dice: “¡Te queda hermoso!”. Más allá de la clara estrategia de ventas de la chica del negocio (clara, obvia, arcaica y, en muchos casos, inútil), siempre me hace pensar en las diferencias de percepciones que todos tenemos.

Hay que ciertas cosas innegables: 1+ 1 es 2. No importa como lo queramos ver, expresar, escribir. Es objetivamente 2. Ahora la cosa se empieza a complicar cuando nos alejamos de lo abstracto de la matemática para introducir variables como personas, ideas, sentimientos y pantalones. 

La comunicación es vital para ver las diferencias. Verlas, entenderlas, procesarlas y seguir. Las palabras tienen tantos significados como personas (creo que ya lo he dicho). A saber:

- Srita. X: Hola, ¿cómo estás?
- Sr. Y: Bien. ¿Vos?
- Srita. X: Bien. Gracias.

La Srta. X piensa que el Sr. Y no está interesado en continuar la charla. Ella inició la conversación y él simplemente le respondió, con un “bien” y un diplomático “¿Vos?”, de compromiso. Está todo mal. El Sr. Y piensa que mostró su interés hacia ella al preguntarle como estaba y que la Srta. X lo notó porque mostró gratitud (“Gracias”). Está todo bien.

El helado de Mantecol es lo más. ¿Qué gusto es tu favorito? Si me cantás “No necesito nada” de No Te Va a Gustar, me enamoro: ¿Cuál es la canción que te mueve? Le tengo miedo a los Pitufos, ¿vos? Estoy segura que no miramos la vida igual.

Independientemente de coincidir con que no hay que medir las cosas con la misma vara y lo de las dos caras de la misma moneda, ¿cómo hacer para estar de acuerdo si todos vemos algo distinto? ¿Aceptar la diferencia es el acuerdo? ¿Trabajarla? ¿Cómo hacer cuando un “qué frío que hace” te lo dicen cuando vos estás en musculosa? ¿Cómo hacer cuando las respuestas serán coherentes para mí y no para el otro?

Cuan distintas son las diferencias.

Hoy estuve insoportable. Pero insoportable, insoportable. Una mezcla de sensaciones y hormonas en ebullición. Creo que es el mundo el que difiere conmigo y yo necesito que me bajen la luna. Todas las diferencias serán juzgadas, planteadas, replanteadas. Soy una “contra” de lo diferente. 

Sin embargo, ya en las horas finales del día, con un cuarto kilo de helado de mantecol, chocolate con almendras y frutilla al agua a cuestas, veo tus diferencias y me enamoran. Y con azúcar en sangre elevada y las hormonas bajando su nivel de vida, digo que se vengan, que las peleo y las abrazo hasta quedarme dormida. 

In your face Bella Durmiente (abr 2010)

Fuimos engañados todos. No yo sola, todos. Desde chicos, en nuestras camas, sentados en el jardín de infantes, con nuestros abuelos. Estupefactos, concentrados, imaginando. Fuimos estafados y nosotros, inocentes, lo creímos. Algunos más, otros menos. Yo creo que estoy en el conjunto de “los más estafados”. ¿Por quienes? Por los Hermanos Grimm, por Charles Perrault, por quien se hacía llamar Lewis Carroll. Es decir, por Cenicienta, Blancanieves y sus enanos, la Bella Durmiente, Alicia y su país maravilloso y tantos otros. ¡Estafadores! 

En los últimos tiempos vengo escuchando historias de mujeres y de hombres por igual. Historias sobre sus parejas, sobre sus no parejas, sobre lo que buscan en un hombre, sobre lo que buscan en una mujer, si el país, si el amor. Escucho sobre las responsabilidades que supuestamente tenemos como hombres y como mujeres. Escucho y vivo.

Una pasa su infancia, momento en el que es una tabla rasa a ser completada de conocimiento, con el siguiente fragmento llegando a sus oídos y subconsciente: La Bella Durmiente (momento en que el príncipe llega a donde se encuentra la princesa)- “Durante mucho rato contempló aquel rostro sereno, lleno de paz y belleza; sintió nacer en su corazón el amor que siempre había esperado en vano. Emocionado, se acercó a ella, tomó la mano de la muchacha y delicadamente la besó... Con aquel beso, de pronto la muchacha abrió los ojos, despertando del larguísimo sueño. Al ver al príncipe, murmuró: “¡Por fin habéis llegado! En mis sueños acariciaba este momento tanto tiempo esperado.” El encantamiento se había roto. La princesa se levantó y tendió su mano al príncipe. Todos se levantaron, mirándose sorprendidos. Al darse cuenta, corrieron locos de alegría junto a la princesa, más hermosa y feliz que nunca.”

Estoy sentada frente a una computadora, miro para los costados, no hay castillos, no hay dragones, no hay príncipes en corceles con vestiduras de plata que me miren, me den la mano y me juren amor eterno. Estafada. ¡Ojo! También es porque princesas éran las de antes y príncipes también. Entre otras cosas porque yo no me voy a quedar en una cama con un vestido largo esperando a que vengan a rescatarme. No, no, no. Me niego a ser bofe.

Las exigencias en los cuentos de hadas son bidireccionales. La princesa deberá ser bella, sin celulitis, sin dolor menstrual, sin mal humor, sin suegra – porque las princesas fíjense que son casi todas huérfanas – sin exigencias, sin trabajo, sin futuro más que el de esposa fiel. El príncipe, además de azul, deberá soportar la presión de tener cabello rizado y eludir la calvicie masculina, ser viril, andar a caballo y vérsela con monstruos para aspirar a la mina más linda del condado, una vez ganada, darle los gustos, mantenerla (y a los siete enanos en alguno de los casos). 

Demasiado para los hombres y las mujeres de hoy. Pero también, en un punto, mil veces más simple. Mil veces más simple porque era un “me hice 12.000 Km, vine hasta acá en calza blanca, se me pasparon todas en el caballo pero sos lo más hermoso que ví, dame un beso” y un “oh sí, amor de mi vida, soy tuya y de ningún otro”. Nos engañaron cuando nos dijeron: “bueno, llega al príncipe que te idolatra, flasheás unos segundos y se aman para siempre” o un “llegás, tenés a la princesa entregadísima, le decís dos boludeces y es tuya, man”. ¡Ese fue el mensaje que nos dieron! ¡2 +2=4…y se acabó!

Al ser chicos del 2000 (nada de ositos, nada de mariposas) el proceso es más largo y complicado. “¡Es la internet!”, diría una señora que todos los sábados al mediodía compra sándwiches en la esquina de mi casa. Para las “princesas”: El príncipe si te idolatra es un goma, si no te idolatra un insensible. El príncipe tiene sus mambos: o habla mucho y hace mil actividades por quincena, o es del Opus, o está estresado por el trabajo, o tiene Facebook, quiere una minita para estar y nada más, no quiere compromisos, tiene miedo a la relación, se quiere casar a los dos días. Para él: es una histérica, te ceba pero no le gustás, quiere que te internes en su casa, es demasidado atorrantita, es demasiado santurrona, te controla los tiempos, que acá o en Italia, es hiper celosa, no le gustan tus yuntas, tiene Facebook. 

Además, en la ecuación donde las variables que entraban eran: distancia-caballo-dragón-beso-amor eterno, ahora hay otras cosas que entran en juego: carrera, mis tiempos, tus tiempos, mis amigos, los tuyos, mi carrera, tu carrera, mi psicólogo me dijo, necesito mi espacio, mi patria o la tuya, mensajitos (¡ay! ¿Qué le contesto?), Facebook (¿Viste lo que puso?), mail, el ex, la ex, los mambos, tus mambos, los mambos del mensajito, del mail, del Facebook, del caballo, del dragón.

¡Basta! A por lo simple, muchachada. “No calienta, se cambia. Fuera bagarto”. ¿La mina te histeriquea? No le des luz, sacale el cañón de arriba. El tipo es un pendejo, que crezca y te llame en unos añitos. 

Demostrémosle a la Cenicienta que todo el truco de perder el zapatito para que el príncipe la encuentre es muuuy complicado porque podemos usar la tecnología para decir un “¿nos vemos hoy?”. A Blancanieves, que lo de la manzanita y el ataúd de cristal es demasiaaaado complicado ante un sencillo, “¿Comemos hoy?”. Razpunsel, ¿posta? ¿Dejarse crecer las trenzas para que el idiota trepe por la ventana? Come on! Que suba 5 pisos por escalera, flaca. Digamos que sí cuando tengamos ganas, que no cuando no tengamos y que basta, cuando me cansé flaco.

El amor es simple. Es de cuentos pero de cuentos sin príncipes ni princesas. El amor es de gente con defectos, el amor es de gente que se equivoca, el amor es de gente que quiere sumar, que quiere ser feliz. El amor es simple. Es de cuentos. Es de historias que se escriben de a dos porque de a uno no sirven, se truncan, se hieren. El amor es simple. Es de nuestros cuentos. De los que escribimos sin pensar y no se borran. Es de cuentos. De los que queramos escribir y no de los que nos contaron. El amor es simple. De cuentos. Para esos cuentos, contá conmigo.

Un camino de ida que cantó Gardel (dic 2009)

Una. Uuuuna…dos. Una, dos, tres. Tres. Cuatro. Había una que no había visto. En un perímetro de ¿cuánto? ¿4 cm2? Más o menos, sí. Más o menos 4 cm. Del lado que mire es lo mismo. Llena. Estoy llena. Blancas. Fuertes. Impunes. No las podés arrancar. ¡Y porque te salen siete, sino! 

No se sabe cuándo o cómo pero me salieron canas. Este es el tipo de cosas de las que no se vuelve. 

¡Ojo! Hay muchas cosas de las que uno no tiene ni la más remota idea de cuándo pasaron ni de cómo hemos permitido que pasen. 

No tengo ni tendré idea cómo fue que pasó que empecé a comer dulce de membrillo. ¡Si a mí no me gustaba el dulce de membrillo! Un pedacito de pasta frola y chau. Fanática del membrillo. 

No sé como fue que dejé de jugar a las escondidas. Pero ni idea, ¿eh? Porque a mí me gustaba mucho jugar por el barrio. Yo soy de las que te corre lento por lo tanto era muy buena buscando escondites. Era matar o morir. Me aburría un toque a veces, cuando capaz ya habían contando tres veces y yo seguía calladita esperando ser descubierta. No se vuelve. 

¿Qué pasó en el período en que las palabras de moda pasaron de “re-copante” y “me lo transé” al actual de “guachín” y “corta la bocha”? Pero si ayer estábamos con el quilombo marketinero del Y2K, ¿me podés explicar qué capítulo me perdí? ¿O cuándo fue que te empecé a amar, por ejemplo? 

No se vuelve. ¡Y…porque no! Si no tengo idea cuando fue que dejé de grabar cassettes directamente de la radio (play/record-stop, play/record-stop), ¿cómo querés que sepa como fue que saqué el poster de Jon Bon Jovi de la pieza? De fondo marrón, con una leyenda grande y él con su pelo despeinado. Entrabas: Jon Bon Jovi. Vuelta a la derecha: Jon Bon Jovi. 

¿Cuándo dejé de preocuparme por terminar la tarea a tiempo para ver La Ola está de Fiesta y empecé a pensar en fin de mes y las cuotas de la tarjeta? ¿Cómo dejé que pasara? 

No tengo nostalgia por lo que pasó. Lo que pasó bien pasado está. Hoy soy lo que soy porque un día probé el membrillo (física y psicológicamente hablando). Me intriga como es que no me percaté que estaban pasando …las dejé ser. 

Y no se vuelve. A nada. Me podré teñir pero no es mi pelo castaño claro sino que será mi pelo L’Oreal 5/65. Jugaré otras escondidas pero sabiendo que es un juego. No puedo dejar el membrillo. Y, de nuevo, está bien que no se vuelva. No hay que ir para atrás. Sólo me hubiese gustado una suerte de alerta, un “¡oh! ¡Mirá que curioso! Estás dejando de escribir en tu diario íntimo”. 

No se vuelve. Volver no es posible. Una vez me dijeron: “Laura, volvé a Uruguay”. Fue un profesional el que me lo dijo. Yo estaba en una de mis tantas rachas de aburrimiento, a mediados de mi carrera, algo decaída y se me venía Uruguay. Uruguay con todo lo que fue: con mi casa con pileta cerca del colegio, con las tardes estudiando y mateando con mis amigas, mi primer gran amor, los asados de 6° Derecho, las clases filosofando con Dolores. Yo estaba en Buenos Aires añorando volver a Uruguay. Porque Uruguay fue hermoso. Me dijo “Laura, volvé a Uruguay”. Y volví. Y Uruguay ya no estaba. 

En realidad sí. Pero no era lo de antes. Sí la confianza con mis amigas de siempre. Pero no mi casa, no mi colegio, no mi primer gran amor. Los asados eran distintos, los problemas eran distintos, yo era distinta. Yo volví a Uruguay pensando en encontrar algo que ya no estaba. Fui a la rambla de Pocitos y encontré la de Carrasco. 

Volver, volví. La que ya no estaba era yo. Y volví para darme cuenta que añorar lo que pasó sólo sirve para perderse lo que pasa ahora. No se vuelve. Volver no es posible. Estemos atentos. 

Volver... con la frente marchita,
Las nieves del tiempo platearon mi sien...
 ‘ta madre.

Seca apreciación: mi planta y yo (nov 2009)

Rocío me regaló una planta. Es una planta de interior para mí departamento. Sabiendo que no tenía ni una, vino para mi cumple y me dijo “Feliz Cumple, este es tu regalo”. Una planta. Muy buena elección. 

Vivimos juntas desde junio lo cual, al día de hoy, la convierte en la planta que más duró bajo mi ala “protectora”. Todas se me mueren porque me termino olvidando de ellas. La relación con mi planta es bastante seca de mi parte. Seca es la palabra justa para describir nuestra relación. En parte porque me olvido de ella a veces, en parte porque me olvido de regarla a menudo. 

Ella despliega todo su verde y yo la veo hermosa. Me encanta el aire de vida que le da al rincón junto a la ventana-balcón. Quiero a esa planta pero me olvido de ella. Me olvido de sus tiempos, que no son los míos; de su fotosíntesis; de sus necesidades. Entonces aparece marchita, con sus hojas caídas y me acuerdo y la riego. Revive nuevamente en unas horas y ahí me doy cuenta de que está viva. Perdimos algunas hojas en el camino en lo que va de junio a septiembre. 

Cuando esto pasa me reprocho, me siento mal, le pido perdón. Pasa el tiempo y el ciclo se repite. Se marchita, la riego. Se está por morir, la riego. La quiero pero la tengo bastante poco en cuenta. 

Hoy volví, después de todo el día de trabajo, pensando en mí una vez más. En todo lo que tenía y no tenía que hacer. Le voy a abrir el balcón a Ofelia y veo la planta marchita. “Pero, ¿cómo? Si ayer estaba bien…”, me pregunto. Hay veces en que unas horas son una vida, un ratito lastima mucho y el tiempo perdido no siempre se recupera. 

La regué. Ahora está volviendo a estirarse, sus hojas abiertas y grandes empiezan a mirar el techo. Esta vez le pedí perdón pero me encendió algunas luces: estoy tirando demasiado de una cuerda que no es cuerda. De algo que tiene vida, probablemente sentimientos…¡quién sabe! 

No se puede llegar al extremo de la muerte, la ruptura, la angustia, la tristeza, las lágrimas para pararse y regar. El extremo seco de una cuerda se rompe fácilmente. Yo me estoy portando como otra con mi planta. Espero su límite, su máximo, su frontera. Juego, justamente al extremo. Espero que esté en su peor momento para reaccionar en lugar de ver todos los días qué necesita. Temo que un día no vuelva a despertarse y ahí no podré decir ni mú: jodete, la hubieses tenido en cuenta. 

¿Soy humana? Sí. ¿Me equivoco? Sí. ¿Tengo que pensar en el otro? Sí. Sí y mucho. Y en mí. Tengo que pensar en no llegar a marchitarme y regarme mucho. 

La quiero, me encanta, quiero que no me abandone nunca pero estoy jugando con ella. Game over. 

Historias viejas: La princesa, el aburrimiento y la lista de supermercado (sept 2009)

Historias viejas: No es una valija verde (agosto 2009)

Baudelaire tenía razón: un aroma te transporta: "(...) como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso, que cantan los transportes del espíritu y los sentidos". Agrego a eso el simplismo de Saussure y la diada Significante y Signicado del Signo. Cada cosa es otra. Es otra en tiempo y espacio. Es otra forma, otro color, otro tiempo, otra persona. La mía no es una valija verde.

No es un caño roto, hablábamos con una amiga. Es la desilusión de nunca acabar, es la frustración de largas horas de trabajo que se inundan en segundos. No es una valija verde.

Mis medias de florcitas, no son medias agujereadas: son mi clave para la buena suerte. Mis cuentos de cuando era chica (en la biblioteca de tela hecha por mi vieja) no son Caperucita, Blancanieves, La Bella que duerme: son mi abuelo con dibujos. Como la mermelada de tomates que es mi abuela Delia enseñándome a hacer trampa en el Chin Chón. No es una valija verde.

La chiqui Legrand con el arroz con leche de mi vieja eran un final bien dado en el Jesús María. Las redacciones del futuro son Florencia en 5° grado, mi cuadrito de cuando tenía 4 años es la casa de Lomas: la naftalina que comí, la inundación y los pollitos. No es una valija verde.

Un Mantecol es robar monedas con mi hermano e ir al kiosco de la vuelta y los maníes me traen a mi viejo gritando el gol de Banfield en la final contra Quilmes que nos hacía campeón. La blusa de broderie blanca es una apuesta que gané en un boliche. No es una valija verde.

El olor a Cutex y un café semi frío, es mi mamá y yo charlando en la sobremesa. Mi canguro gris con el cierre roto es Uruguay. Y el recuerdo de comprar ropa en la Feria de Carrasco, créase o no, es mi viaje de egresados en Bariloche. El Levi's azul es el Shopping de Portones y la estupidez de mis 15 resaltada en denim. No es una valija verde.

Tengo fotos mal sacadas, pedazos de cinta vieja, flores entre libros, papeles de chicles, boletos de tren, un palo de Hockey, un banderín de Banfield, una historieta de Garfield, un folleto de una feria, una revista que no leo, una soga, un alfiler de gancho y una cartuchera de lata que no son nada de lo que son y son todo al mismo tiempo.

No es una valija verde: es un par de sueños rotos.

Historias viejas: Esperar o no, esa es la cuestión.

Cualquiera que me conozca un poco sabe que espero el otoño. Me gusta el frío y las hojas secas (que no es lo mismo que hacer leña del árbol caído). Este otoño se hace esperar pero va a llegar. Llega indefectiblemente. Tarde o temprano. Con un veranito en el medio o no, lo importante es que piso con alegría las hojas y duermo tapada. La noche se alarga, las capas se suman en la vestimenta, el calor de mi casa es deseado. Lo espero ansiosa. ¿Hay otra clase de espera que no sea ansiosa? ¿Hay que esperar? ¿Qué? De uno, del resto, del mundo, ¿de qué?.

Creo que sentada en una silla esperando que las cosas pasen, nada pasa.

Hay momentos que, sin duda, sentada en una silla las cosas terminan pasando igual. Un mail bomba de trabajo, el hijo de alguien que nace en un hospital, el amor de tu vida que llega al bar donde lo citaste. Cada una de esas cosas se esperan porque antes no se esperó. Porque se buscó el lugar de trabajo donde estás, porque alguien fue al encuentro de un hijo o no se contuvo ese instante para frenar y prevenirlo, porque conociste al amor de tu vida y luego lo citaste en el bar donde estás sentada/o esperando. Es la espera de lo buscado. Lo buscado que no se encuentra sin accionar en una silla.

Del resto y de uno no se puede esperar. O sí. No me es claro tampoco. Acciones del otro son tan desconocidas como las nuestras. “Si te quieren robar les das todo”, dijo siempre mi viejo y terminó negándose ante alguien armado para evitar que esta persona se llevara su auto o entrara en mi casa. Del frustrado ladrón se podía esperar un tiro que afortunadamente no fue. De mi viejo no esperaba tal reacción que sí fue. Si uno espera de uno, se sorprende. Si uno espera del resto, se sorprende. Si uno espera de uno, se frustra. Si uno espera del resto, se frustra. Mejor sorprenderse a frustrarse y la sorpresa radica en no esperar. ¿No debemos esperar nada? ¿No es desalentador no esperar nada? ¿O desalienta esperar y que no venga lo que se ansía, que no pase lo que se busca?

Quizás esperar el otoño es fácil. Aunque lo espero ansiosa siempre llega. Y llega respetando ciertos pactos pre-acordados. Llega con mañanas y noches frescas, llega con empezar a usar el sweater blanco, llega con sus hojas, llega con los programas de TV que regresan, con las publicidades de sopas y de antigripales, con revisar si la estufa anda y con estirar arriba de la cama la primera frazada (a la que, en mi caso seguirán otras más). La incertidumbre llega cuando no se sabe que es lo que viene. Y la ansiedad también, aunque no se espere.

Si yo espero que a cada causa le suceda siempre una consecuencia, estoy esperando en vano. Para empezar, puede no ser una consecuencia. Pueden ser dos o siete. Para seguir, no será siempre la misma. Yo espero que el boletero me dé el vuelto de un billete de $2, por el tramo Yrigoyen-Banfield que sale $0.80, en la siguiente combinación: una moneda de un peso y dos de diez centavos. Pero no siempre pasa eso. Cuenten las formas en que puede combinar $1,20. Esas son las combinaciones en las que recibo lo que espero.

Las cosas a veces nos sorprenden por más esperadas que sean y nos decepcionan al ser igual de esperadas. Espero el predecible otoño, sin dudas. Y el invierno. Pero no esperaba que nevara en Buenos Aires. Y me gustó mucho. Espero gestos, palabras, acciones de gente que espera como yo y que recibe, a la vez, causas distintas a las que esperaba. Tengo miedo tanto a la sorpresa como a la frustración. Tanto a la alegría como al dolor. A la risa y al llanto. A la ausencia de una y el predominio de la otra, y viceversa. Temo a esperar en vano y decido no hacerlo, pero me encanta esperar 5 y recibir 10. Si vienen 3 es cosa mía. O del otro. O de ambos.

esperar v. tr./intr.


1- Quedarse en un lugar hasta que llegue una persona u ocurra una cosa. 
2- Creer que va a ocurrir o suceder una acción generalmente favorable. 
3- Tener la esperanza de conseguir algo que se desea. 
4- Estar a punto de ocurrir una cosa que generalmente no se puede evitar: 

Cada acepción de este verbo sigue haciéndome ruido. Que hay que esperar y que no, no lo sé. Creo que hay que dejar que las cosas sucedan sin dejar de hacer suceder las cosas.

Según el Dante, en la puerta del Infierno se lee: “Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza”. Como estoy viva, de nuevo digo, todas las definiciones de esperar me traen dudas. Todas menos la tres.

Historias viejas: Ofelia y la topetina verde (oct 2008)

En mi casa tengo una pared verde. No es un verde manzana. Es verde. ¿Verde inglés? Según un amigo es verde "Frida Kahlo". Verde. Fue una muy linda elección de color. Verde.

Con la pared verde vino la topetina verde. Esa goma que hace que el picaporte de la puerta de entrada no marque mi pared verde. Cuando se marca queda blanco (delata el tiempo en que esa pared tenía menos personalidad y no era la pared verde). Si hay algo que a mi no me gusta son las manchas blancas en mi pared verde. Por algo es verde, igual que su topetina verde.

Ofelia es mi gata. De ojos azules (no verdes). En su adolescencia perdió un poco de serenidad. Corre por mi casa (por nuestra casa) en diagonal, por arriba de los muebles, por abajo, se trepa a todo y hace que todo cambie de lugar (pinza de depilar en la cocina, tapón de la bañera en el comedor, corrector de ojeras debajo de la estufa). Cuando hace eso, Ofelia abre más grande aún sus ojos azules y me mira. Ya dialogamos varias veces este tema del desorden y que voy a trabajar para que, entre otras cosas, tenga su bolsita de Royal Canin y sus piedritas limpias. Es un tema conversado. Pero insiste.

Ofelia descubrió la topetina verde de mi pared verde. No sé como, supongo por su volumen. Ya me tiré en el suelo para ver lo que ella ve. Ve un bordecito que acusa recibo saliendo de la pared. Un insignificante bordecito. Un bordecito verde, de la verde topetina de mi pared Frida Kahlo.

Ofelia quiere la topetina. Hace dos semanas que la mira. Se sienta y la mira. Le explico porqué no puede hacerse de ella. Salta, la despega, la reto, me mira.

Hace unos días se hizo de la topetina. En un salto por su orgullo y gloria, y mostrando su venganza ante mis 8 horas de retiro (9 con el almuerzo), la sacó. La mancha blanca surgió esplendorosa, pura, encandilante. Con ella varias lineas blancas, arañazos, que me decían: La mancha que dejó la topetina no está sola.

Como chica del 2000 que soy (nada de ositos, nada de mariposas), tomé el tacho de pintura verde, pincelito, plasticola y topetina caída e hice carne de muchos capítulos de Bricolage de Utilísima Satelital. Pegué, pinté, arreglé. Nuevamente mi pared estaba verde. Un prado en verano. Entre Ríos en carnaval. La hinchada de Banfield cuando festejaba entrar a la Copa. Verde. 

Ofelia insistió. Ante mi presencia y gritos abandonó su tarea. Cuenta con la ventaja de nueve horas diarias para hacer sus saltos, desplegar sus uñas y despegar de nuevo la enclenque topetina pegada con cola vinílica. Pero no. Llego a casa y la topetina seguía. Hasta hoy.

Sonaba la música de Carrozas de Fuego. Me miró, nos miramos. Corrimos juntas. De un salto, lo logró. De un sólo salto. La mancha blanca surgió nuevamente como el Fenix. Claudiqué. No como el protagonista del Rinoceronte de Ionesco, me rendí. Entre otras cosas porque mientras buscaba la pintura verde y la plasticola, me escondió la topetina y no la encuentro. Pinté la mancha blanca, pinté los arañasos y ya no tengo topetina.

Varias reflexiones al respecto. Cuando uno tiene un norte, un objetivo, una meta debe insistir. Sólo quien sabe donde va, sabe qué camino elegir. No importa que te pongan trabas, que te tiren abajo lo poco o mucho que lograste. Hay que seguir. Y no quedés en el anonimato de las 9 horas en las que uno puede triunfar sin ser visto. Si te hacen las cosas complicadas, mostrá lo que cuesta, tu esfuerzo. Si al otro le importa o no, es su problema. Siempre tendrás tu topetina escondida. Tuya. Un trofeo.

Si te insisten con el juego, con el desafío de ponerte de nuevo ante vos un problema que ya habías resuelto (si te pegan con plasticola la topetina), poné un punto final. No sigas el juego que el otro te propone. Pateá el tablero. Parate, mirá bien y escondé la topetina.

Ofelia recién fue y miró. Ya no hay bordecito y tampoco mancha blanca. Sé que las dos ganamos. No me siento frustadora porque le corté su juego. Creo que le abrí un sin fin de nuevos objetivos. De hecho está mirando atentamente el teclado mientras escribo y tengo miedo. Temo por la lucecita del "Num Lock" que se destaca del teclado negro. 

Mi pared está verde, mi gata orgullosa y yo estoy escribiendo. Me gusta.