lunes, 24 de febrero de 2014

Seca apreciación: mi planta y yo (nov 2009)

Rocío me regaló una planta. Es una planta de interior para mí departamento. Sabiendo que no tenía ni una, vino para mi cumple y me dijo “Feliz Cumple, este es tu regalo”. Una planta. Muy buena elección. 

Vivimos juntas desde junio lo cual, al día de hoy, la convierte en la planta que más duró bajo mi ala “protectora”. Todas se me mueren porque me termino olvidando de ellas. La relación con mi planta es bastante seca de mi parte. Seca es la palabra justa para describir nuestra relación. En parte porque me olvido de ella a veces, en parte porque me olvido de regarla a menudo. 

Ella despliega todo su verde y yo la veo hermosa. Me encanta el aire de vida que le da al rincón junto a la ventana-balcón. Quiero a esa planta pero me olvido de ella. Me olvido de sus tiempos, que no son los míos; de su fotosíntesis; de sus necesidades. Entonces aparece marchita, con sus hojas caídas y me acuerdo y la riego. Revive nuevamente en unas horas y ahí me doy cuenta de que está viva. Perdimos algunas hojas en el camino en lo que va de junio a septiembre. 

Cuando esto pasa me reprocho, me siento mal, le pido perdón. Pasa el tiempo y el ciclo se repite. Se marchita, la riego. Se está por morir, la riego. La quiero pero la tengo bastante poco en cuenta. 

Hoy volví, después de todo el día de trabajo, pensando en mí una vez más. En todo lo que tenía y no tenía que hacer. Le voy a abrir el balcón a Ofelia y veo la planta marchita. “Pero, ¿cómo? Si ayer estaba bien…”, me pregunto. Hay veces en que unas horas son una vida, un ratito lastima mucho y el tiempo perdido no siempre se recupera. 

La regué. Ahora está volviendo a estirarse, sus hojas abiertas y grandes empiezan a mirar el techo. Esta vez le pedí perdón pero me encendió algunas luces: estoy tirando demasiado de una cuerda que no es cuerda. De algo que tiene vida, probablemente sentimientos…¡quién sabe! 

No se puede llegar al extremo de la muerte, la ruptura, la angustia, la tristeza, las lágrimas para pararse y regar. El extremo seco de una cuerda se rompe fácilmente. Yo me estoy portando como otra con mi planta. Espero su límite, su máximo, su frontera. Juego, justamente al extremo. Espero que esté en su peor momento para reaccionar en lugar de ver todos los días qué necesita. Temo que un día no vuelva a despertarse y ahí no podré decir ni mú: jodete, la hubieses tenido en cuenta. 

¿Soy humana? Sí. ¿Me equivoco? Sí. ¿Tengo que pensar en el otro? Sí. Sí y mucho. Y en mí. Tengo que pensar en no llegar a marchitarme y regarme mucho. 

La quiero, me encanta, quiero que no me abandone nunca pero estoy jugando con ella. Game over. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario