Fuimos engañados todos. No yo sola, todos. Desde chicos, en nuestras camas, sentados en el jardín de infantes, con nuestros abuelos. Estupefactos, concentrados, imaginando. Fuimos estafados y nosotros, inocentes, lo creímos. Algunos más, otros menos. Yo creo que estoy en el conjunto de “los más estafados”. ¿Por quienes? Por los Hermanos Grimm, por Charles Perrault, por quien se hacía llamar Lewis Carroll. Es decir, por Cenicienta, Blancanieves y sus enanos, la Bella Durmiente, Alicia y su país maravilloso y tantos otros. ¡Estafadores!
En los últimos tiempos vengo escuchando historias de mujeres y de hombres por igual. Historias sobre sus parejas, sobre sus no parejas, sobre lo que buscan en un hombre, sobre lo que buscan en una mujer, si el país, si el amor. Escucho sobre las responsabilidades que supuestamente tenemos como hombres y como mujeres. Escucho y vivo.
Una pasa su infancia, momento en el que es una tabla rasa a ser completada de conocimiento, con el siguiente fragmento llegando a sus oídos y subconsciente: La Bella Durmiente (momento en que el príncipe llega a donde se encuentra la princesa)- “Durante mucho rato contempló aquel rostro sereno, lleno de paz y belleza; sintió nacer en su corazón el amor que siempre había esperado en vano. Emocionado, se acercó a ella, tomó la mano de la muchacha y delicadamente la besó... Con aquel beso, de pronto la muchacha abrió los ojos, despertando del larguísimo sueño. Al ver al príncipe, murmuró: “¡Por fin habéis llegado! En mis sueños acariciaba este momento tanto tiempo esperado.” El encantamiento se había roto. La princesa se levantó y tendió su mano al príncipe. Todos se levantaron, mirándose sorprendidos. Al darse cuenta, corrieron locos de alegría junto a la princesa, más hermosa y feliz que nunca.”
Estoy sentada frente a una computadora, miro para los costados, no hay castillos, no hay dragones, no hay príncipes en corceles con vestiduras de plata que me miren, me den la mano y me juren amor eterno. Estafada. ¡Ojo! También es porque princesas éran las de antes y príncipes también. Entre otras cosas porque yo no me voy a quedar en una cama con un vestido largo esperando a que vengan a rescatarme. No, no, no. Me niego a ser bofe.
Las exigencias en los cuentos de hadas son bidireccionales. La princesa deberá ser bella, sin celulitis, sin dolor menstrual, sin mal humor, sin suegra – porque las princesas fíjense que son casi todas huérfanas – sin exigencias, sin trabajo, sin futuro más que el de esposa fiel. El príncipe, además de azul, deberá soportar la presión de tener cabello rizado y eludir la calvicie masculina, ser viril, andar a caballo y vérsela con monstruos para aspirar a la mina más linda del condado, una vez ganada, darle los gustos, mantenerla (y a los siete enanos en alguno de los casos).
Demasiado para los hombres y las mujeres de hoy. Pero también, en un punto, mil veces más simple. Mil veces más simple porque era un “me hice 12.000 Km, vine hasta acá en calza blanca, se me pasparon todas en el caballo pero sos lo más hermoso que ví, dame un beso” y un “oh sí, amor de mi vida, soy tuya y de ningún otro”. Nos engañaron cuando nos dijeron: “bueno, llega al príncipe que te idolatra, flasheás unos segundos y se aman para siempre” o un “llegás, tenés a la princesa entregadísima, le decís dos boludeces y es tuya, man”. ¡Ese fue el mensaje que nos dieron! ¡2 +2=4…y se acabó!
Al ser chicos del 2000 (nada de ositos, nada de mariposas) el proceso es más largo y complicado. “¡Es la internet!”, diría una señora que todos los sábados al mediodía compra sándwiches en la esquina de mi casa. Para las “princesas”: El príncipe si te idolatra es un goma, si no te idolatra un insensible. El príncipe tiene sus mambos: o habla mucho y hace mil actividades por quincena, o es del Opus, o está estresado por el trabajo, o tiene Facebook, quiere una minita para estar y nada más, no quiere compromisos, tiene miedo a la relación, se quiere casar a los dos días. Para él: es una histérica, te ceba pero no le gustás, quiere que te internes en su casa, es demasidado atorrantita, es demasiado santurrona, te controla los tiempos, que acá o en Italia, es hiper celosa, no le gustan tus yuntas, tiene Facebook.
Además, en la ecuación donde las variables que entraban eran: distancia-caballo-dragón-beso-amor eterno, ahora hay otras cosas que entran en juego: carrera, mis tiempos, tus tiempos, mis amigos, los tuyos, mi carrera, tu carrera, mi psicólogo me dijo, necesito mi espacio, mi patria o la tuya, mensajitos (¡ay! ¿Qué le contesto?), Facebook (¿Viste lo que puso?), mail, el ex, la ex, los mambos, tus mambos, los mambos del mensajito, del mail, del Facebook, del caballo, del dragón.
¡Basta! A por lo simple, muchachada. “No calienta, se cambia. Fuera bagarto”. ¿La mina te histeriquea? No le des luz, sacale el cañón de arriba. El tipo es un pendejo, que crezca y te llame en unos añitos.
Demostrémosle a la Cenicienta que todo el truco de perder el zapatito para que el príncipe la encuentre es muuuy complicado porque podemos usar la tecnología para decir un “¿nos vemos hoy?”. A Blancanieves, que lo de la manzanita y el ataúd de cristal es demasiaaaado complicado ante un sencillo, “¿Comemos hoy?”. Razpunsel, ¿posta? ¿Dejarse crecer las trenzas para que el idiota trepe por la ventana? Come on! Que suba 5 pisos por escalera, flaca. Digamos que sí cuando tengamos ganas, que no cuando no tengamos y que basta, cuando me cansé flaco.
El amor es simple. Es de cuentos pero de cuentos sin príncipes ni princesas. El amor es de gente con defectos, el amor es de gente que se equivoca, el amor es de gente que quiere sumar, que quiere ser feliz. El amor es simple. Es de cuentos. Es de historias que se escriben de a dos porque de a uno no sirven, se truncan, se hieren. El amor es simple. Es de nuestros cuentos. De los que escribimos sin pensar y no se borran. Es de cuentos. De los que queramos escribir y no de los que nos contaron. El amor es simple. De cuentos. Para esos cuentos, contá conmigo.
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